Disculpará usted, mi querido lector que me
tome el tiempo de otorgarle esta pequeña introducción, antes de
proporcionarle el cuento que hoy le comparto.
La Guerra de las Grandes Razas trajo consigo
muchas catástrofes; desde terribles desastres naturales, la evolución
acelerada de muchas especies en Onobrac (como fue el caso de la Araneae
Drakonis, araña que antes era una inofensiva carroñera, pero que ahora
posee un singular veneno que puede alterar el flujo de la energía
espiritual de un ser vivo hasta causar que colisione con el maná y muera
al instante, sin importar que tan grande sea) e incluso de un gran
retraso cultural y tecnológico, siendo este último el que pudo ser
frenado parcialmente, gracias al mago: Alexandros Daflavel, quien,
inspirado por el Libro de Abraham el Mago, optó por escribir los infames
volúmenes de la "Vivlía Enós Treloú" (obras literarias que esconden
entre sus páginas diversas fórmulas de hechizos, pociones y planos para
crear una amplia gama de herramientas y armas; sólo revelados hasta que
se logra cumplir con ciertas condiciones explícitamente señaladas como
prólogo del texto), entre los cuáles está la obra teatral "Ilusión y
Mentiras". La cual es la que nos ha de llamar la atención el día de hoy y
habremos de narrar el momento en el que fue revelada al mundo, la
singular fórmula mágica creada por los ancestros de los cadejos, para
generar singularidades en el espacio-tiempo, con el fin de crear un
amplio territorio nuevo (como un bosque donde antes había un callejón
sin salida, un castillo dentro de una cloaca, o bien, esconder un océano
de agua energizada con maná, capaz de causar alucinaciones o cambios en
el comportamiento de sus residentes, entre las páginas de un libro)
conocida bajo el nombre de "Dominio".
Esta historia formalmente comienza en este momento:
-Recuerden sus líneas, improvisen de ser
necesario y disfruten su personaje. El barco será su escenario, el
océano su mundo y la historio será su realidad, no olviden el final y
recuerden: Mientras que el personaje principal viva, la historia debe
continuar.- Fueron las palabras que alguna vez mencionó el director de
una obra a su actores, mientras los miraba con una amarga sonrisa,
consciente de que la seria expresión que le mostraban en retorno, no era
nada más y nada menos, que una máscara, aquella que escondía sus
verdaderas intenciones, exceptuando a la única mujer que actuaba con
honestidad y que sería la heroína de esa vil obra.- Ahora, ensayemos por
última vez el acto final, aquel que debe mantenerse en sus corazones,
como si estuviese grabado en piedra... y nunca ha de ser modificado-
Añadió el director, antes de que un fuerte sí, resonara en todo el
lugar.
Pasaron las horas, en las que cada actor
bailó, sonrió, lloró y sintió una dicha embriagadora, pero irreal, que
los hacía sumirse en una especie de trance del que no podían escapar,
hasta que, para lo que aparentaba ser una desgracia, finalizó la última
práctica, antes de la gran presentación; y como es habitual en el Reino
de David, todos los actores (sin la supervisión del director) se
reunieron para festejar el inicio de la gran premier y bebieron, hasta
el punto en que, comenzaron a sentir que las cadenas de la cordura
fueron destrozadas y los deseos extraños o ridículos parecían
posibles... casi racionales, lo cual, les permitiéndió a casi todos
ellos sugerir un cambio de última hora para el acto final, uno poco
convencional y que acabaría por diferir por completo de aquel deseado,
causando la falsa risa burlesca de la mayoría, pero que sería el
comienzo de la elaboración de un sucinto plan, del cual, sólo una
persona dudaba, siendo ésta, la única que se engañó a sí misma para
creer que todo era una simple broma y se fue a dormir, sin pedir más
explicaciones.
Pasaron las horas, tras el extraño evento y
nada parecía haber cambiado, excepto por el hecho de que el amanecer
decoloró el negro océano, hasta tornarlo de un claro azul, marcándole a
los actores el inicio de la nueva jornada de trabajo; suceso que provocó
que, maquinalmente y en cuestión de segundos, empezaran a maquillarse,
vestirse y llegar al escenario principal, sin darse tiempo, ni siquiera
para hablar, preocuparse o pensar claramente en lo que habría de
ocurrir.
Al inicio, toda la obra siguió avanzando tal
como lo hace el agua de un río: Fluida, sin turbaciones, mostrando desde
el comienzo el cambio de actitud de cada actor, mientras dejaban de ser
ellos mismos, para ser aquello que más deseaban y que sólo podían
lograr a través de la gloriosa obra que se estaba realizando en aquel
misterioso barco (una de las muchas cosas que, eran parte del
extraño "Dominio" creado por Alexandros), el cual, desde hace un par de
horas, ya había zarpado con el fin de llegar a la mitad del océano, el
lugar donde se realizaría el acto final.
¨¡Los actores son fantásticos!¨ ¨¡El guión nos
atrapa!¨ ¨¡El final ha de ser glorioso!¨ ¨¿Porqué esto habría de
acabar?¨ Era la conversación indirecta, que el director notaba entre "la
audiencia" y los actores, mientras que él alegremente, observaba el
transcurso de la obra, rezando e implorando porque se alcanzara el final
deseado, pues no quería que sus actores sufrieran el mismo final, que
todos los que les precedieron.
Acabó el primer acto, luego el segundo,
seguido por el tercero y el ritmo de la obra seguía tal como las olas
que agitaban al barco: indiferentes a la realidad, sin presionar las
verdades, o sin deseos de descubrir las mentiras que ya se habían
contado, tan numerosas como el número de actores y los peces que
viajaban junto al barco.
Las horas pasaban, mientras el público
observaba cómo los actores seguían bailando en las hojas del guión, sin
abandonarlo por un segundo, tampoco dándose el lujo de descansar,
mientras la mañana se tornaba tarde, momento en el que los actores
habrían de repetir la rutina matutina: Cambiar de vestuario, volver a
maquillarse y regresar a la obra, para continuar con una actuación
fluida como el agua, sin contratiempos, mucho menos con errores,
causando que, todos y cada uno de ellos sintieran una profunda
melancolía, por lo cercano que les parecía el final de la obra, del
cual, sólo podían pensar una cosa.
-Si el actor principal nunca muere, la obra
habrá de continuar.- Dijo uno de los actores, mientras miraba a su
audiencia, rompiendo la cuarta pared, justo como estaba previsto, pero, a
diferencia de otras ocasiones, le otorgó, al mismo tiempo, un mal
presentimiento al director.-Por ello, guarden en secreto el final, para
que la ilusión y la realidad no se mezclen.- Añadió el intérprete,
mientras llevaba uno de sus dedos a sus labios, que parecían esbozar una
gallarda sonrisa, la cual por alguna razón, le pareció perturbadora al
director.
Una vez más, cuando el sol se ocultó, los
actores cambiaron de prendas, de maquillaje y la heroína tomó en sus
manos un pequeño revólver, la pieza cuyo peso no concordaba con el que
habría de poseer en la obra, siendo la ola que rompió el flujo de la
historia, permitiéndole entender, que se había equivocado aquella noche,
pero, sin tiempo para pensar más, ni si quiera para buscar otra
solución, retomó su papel y continuó con el flujo que creyó; era el
correcto.
El acto final, aquel que habría de definir la
eternidad, o lo fino de la existencia, encontró su nudo, cuando la
heroína fue acorralada en la popa del barco y, justo como decía la obra,
sacó de su bolsillo el revólver, que "habría" de ser el martillo que
"definiría" el fin, o la eternidad.
...Seis disparos se escucharon, mientras uno a
uno los actores caían al suelo, fingiendo sorpresa, pese a que estaban
felices y extasiados, pues finalmente habían logrado su objetivo, al
privar a la protagonista de la muerte, sufriendo este destino en su
lugar; marcando el comienzo de la eternidad...
O así es como debió haber sido según ese insensato plan.
Consciente de lo que significaba, sabiendo que
no existían otras alternativas, la heroína, tal como estaba
previsto, sólo disparó una vez, mientras que todos los actores corrían a
detenerla vanamente, gritando exasperados, y observando con notoria
confusión la sonrisa resignada que se ceñía en los labios de la heroína,
mientras jalaba el gatillo del arma, cuyo cañón posaba suavemente, por
debajo de su barbilla.
Un cuerpo calló al mar tiñéndolo por un
momento de rojo, defiriendo del final ligeramente, pero causando una
horda ensordecedora de aplausos, lágrimas de placer, felicitaciones
hacia todos los actores y un grito desgarrador de dolor, que pasaría
desapercibido por todos.
Al final, la ilusión no se volvió la realidad y el hechizo perdido de los cadejos, se volvió propiedad del Reino de David.